Cuando salimos de casa y por cualquier razón debemos pasar por un parque público, una esquina concurrida, debajo de elevados peatonales o automovilísticos, frente a grandes tiendas o negocios reconocidos, es casi seguro que observaremos a una o varias personas harapientas, con evidentes trastornos mentales, que hablan incoherencias, mendigan, o se pasean de un lado a otro.
En la actualidad, entre el 8 y el 9% de los dominicanos sufren diversos tipos de demencia, que afectan su comportamiento social, la memoria y en sentido general la posibilidad de un ciudadano para desenvolverse de manera normal, limitando su productividad y la forma en que interactúa en el entorno social.
Existen varios diagnósticos para una diversidad de demencia, pero al igual que en el resto del mundo, el Alzheimer y el mal de Parkinson son las principales enfermedades neurodegenerativas en la República Dominicana, cuya incidencia crece y se agrava con el paso del tiempo, por la falta de atención profesional y el alto costo de los medicamentos para tratar esas enfermedades.
Las sumas exorbitantes que implica el tratamiento de esos padecimientos obliga a que el 94% de las personas diagnosticadas con esos casos sean tratados en las casas familiares, con las consecuencias a veces violentas con que reaccionan los afectados o los familiares, impotentes y frustrados por carecer de la atención médica y las medicinas necesarias para atender a sus enfermos.
El Estado dominicano por vía del Ministerio de Salud Pública (MSP), ha desarrollado iniciativas para abordar el creciente problema de la demencia en el país, pero esos programas chocan con el bajo presupuesto general de salud que no alcanza para cubrir las enfermedades regulares, mucho menos disponen de recursos para proporcionar medicinas a los enfermos mentales y apoyo apropiado a las familias o a los cuidadores.
La incapacidad estatal y la impotencia de los familiares ante la imposibilidad de acceder a tratamientos adecuados para sus seres queridos nos deja ante las perspectivas de tener cada vez más trastornados mentales en las calles, mientras los ciudadanos presenciamos el drama, culpamos a otros, nos alejamos con desdén y seguimos nuestras vidas hasta que nos toque el turno…