sábado, octubre 5, 2024
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“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”

En el Salmo 46:10, Dios mismo dice:

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; enaltecido seré entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.

Este Salmo es uno de los pasajes de la Biblia que mejor no ilustra con diáfana claridad cuál debe ser la actitud del cristiano cuando se encuentre azotado por la inclemencia de los vientos tempestuosos de la vida.

El salmista, músico principal de los hijos de Coré, en este Salmo 46, es el protagonista de este “drama de la vida real”. En su escena, él alcanza a ver a lo lejos, como que detrás y al lado de él, se levantan unos extraños fenómenos naturales que amenazan, tanto la vida de él, como las vidas de las demás personas que le rodean. En su óptica y en su percepción poética, él ve que detrás y alrededor de él se levantan huracanes, terremotos y maremotos amenazantes contra la vida de él y de los demás.

Pero, de repente, el salmista se levanta y corre hacia el trono del supremo Dios, y allí, ante su sacrosanta presencia, PROCLAMA: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.

Según la Real Academia Española, la palabra proclama significa: “Notificación pública que se hace de una cosa. Publicación solemne de un decreto o ley, alabar, celebrar”.

Según el Diccionarios Sinónimos y Antónimos Santillana, proclamación es sinónimos de: “Arengar, publicar, aclamar, revelar”. Estos sinónimos, unidos a la definición de la Real Academia, también significan describir y dar a conocer las buenas cualidades, virtudes, naturaleza y buen carácter de una persona.

Desde el punto de vista bíblico, cuando nosotros, como cristianos, proclamamos con nuestros labios, lo que Dios es en sí mismo, y lo que él es capaz de hacer a favor de sus hijos, estamos honrando su persona y glorificando su nombre; y esto a él le agrada que lo hagamos.

Moisés extendió esto de tal manera, que en su cántico de despedida del pueblo de Israel, escribió: “Porque el nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios”. Deut. 32:3:

Observemos que Moisés, en forma imperativa le ordena al pueblo a que ellos también engrandezcan el nombre de Dios. Es decir, que la proclamación del nombre de Dios, y el engrandecimiento de su Sempiterno ser, no era una responsabilidad exclusivamente de él como caudillo, sino que ellos también, como pueblo de Dios, debían hacerlo.

A Dios le gusta que sus hijos proclamemos a voz en cuello que él es grande y poderoso, que él es el Rey de reyes y Señor de señores, y que nada ni nadie, ni en los cielos, ni en la tierra, ni debajo de las aguas está por encima de él. El nombre de Dios es glorificado cuando como sus hijos proclamamos que él tiene control de todas las todas las cosas más allá del sol, debajo de la tierra y hasta lo más profundo del mar. Así lo dice y lo proclama su Santa y bendita Palabra, y nosotros así lo debemos de creer.

Una Declaración de Fe.

Luego que el salmista hace su proclama en el versículo 1 de este Salmo 46, en el versículo 2, pasa a hacer la siguiente DECLARACION de fe: “Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”.

¿Qué es una declaración de fe?

El Diccionario de la Real Academia Española, define la palabra “declaración” como: “Enunciado, confesión, afirmación de la existencia de una situación jurídica o de un hecho”.

¡Qué interesante definición! Ella nos ayuda a nosotros como cristianos, a entender mejor la palabra declaración para al mismo tiempo, aplicarla al plano espiritual. Para un creyente, una declaración tiene que ver con la confesión afirmativa de su fe y de su firme creencia en la real existencia de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en donde al mismo tiempo, decide voluntariamente creer y depositar su confianza en ese Dios. Todopoderoso.

En romanos 10:9-10, el apóstol Pablo dio a conocer muy bien los que es una declaración de fe, cuando escribió: “Que si confesare con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.

Fundamentalmente, esta es la declaración de confesión de fe básica para alcanzar la salvación; es la primera declaración que una persona debe hacer para alcanzar la salvación en Cristo Jesús. Ella comprende dos cosas: La primera: Confesar con la boca que Jesucristo es el Señor. Es la declaración verbal que hacemos, que con ella ponemos a templar al diablo y a sus demonios, a la muerte, y al infierno mismo. La segunda: Creer en el corazón que Dios levantó de los muertos, que él resucitó, que ascendió a los cielos, que está sentado al lado de Trono de Dios, y que viene pronto a levantar a su iglesia (Así lo declararon, tanto el Credo Apostólico, como el de Nicea y el de Atanasio). Sí, porque una declaración es también, la confesión de un Credo.

Con esta declaración, nace, crece, se afirma y se energiza nuestra fe en Dios y en nuestro Señor Jesucristo. Con ella a la vez, alcanzamos la salvación, no solamente de nuestra alma, sino que espiritualmente, quedamos capacitados para confiarle a Dios el cuidado de la salud física, la emocional, mental y espiritual nuestra, como así también, la de toda nuestra familia. Confesar con nuestra boca y creer en nuestros corazones, en el poder, en la grandeza, en la misericordia, en el amor y en la providencia de Dios nos capacita para vivir una vida victoriosa, a pesar de cualquier circunstancia adversa, que como viento tempestuoso pudiera estar azotando nuestras vidas, llámese coronavirus, enfermedad cualquiera, precariedad económica o alguna otra circunstancia adversa.

Volvamos a la declaración y a la confesión del salmista, músico principal de los hijos de Coré:

“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. (Salmo 46:1). “Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”. (Salmos 46:2-2).

En nuestra mente, imaginémonos al salmista, que sale despavorido corriéndole a las tormentas y tempestades de la vida, que de momento se levantan furiosas, queriéndolo destruir a él y todos los fieles creyentes que están a su alrededor; en su carrera sale a buscar ayuda, de repente, se encuentra con Todopoderoso Dios, abre sus brazos frente a él y comienza a proclamar su grandeza, su poderío y su control sobre todas las cosas; y luego cambia de proclamación y comienza a declarar su fe, su confianza y lo seguro que de sienten tanto él como los demás creyentes encontrándose frente a la presencia de Dios.

Dios se pone a escucharlo tranquilamente las proclamaciones y declaraciones del salmista, que es el principal protagonista de esta escena, en el salmo 46:10, lo interrumpe, y abriendo su boca, con voz de trueno le dice a él y a los demás fieles creyentes:

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; enaltecido seré entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.

Notemos que es la única parte donde Dios habla en este salmo.

Meditemos bien en el mandato de Dios en la primera parte de este versículo, meditemos, y tengamos fe en las dos promesas que él hace en la última parte de este versículo. Esto tiene gran pertinencia para la iglesia del Señor en estos momentos en que la pandemia del covid-19 sale desde las cloacas del infierno procurando destruir a los humanos de todo lo ancho y largo del globo terráqueo.

Millares de infectados en toda la tierra y miles de muertos en diferentes naciones, los expertos de la ciencia médica, no encuentra la cura, la pandemia sigue avanzando infectando y cobrando vidas por doquier, los economistas pronostican un hecatombe garrafal de la economía mundial.

Ante tantas calamidades, las grandes potencias del mundo, los expertos y científicos se han declarado impotentes ante la calamidad mundial que nos azota. La incertidumbre, el miedo y el espanto se han apoderado de las mentes y de los corazones de toda la humanidad.

Frente a todo esto, los ojos de nuestro Dios desde su trono celestial están puestos sobre la tierra sobre todos. Sus oídos están atentos desde arriba, para escuchar las confesiones de pecados y las imploraciones de perdón y arrepentimiento de los no creyentes que así quieran hacerlo. Las fuentes de su gracia y de su amor por la humanidad no se han agotado.

Oigamos nuevamente lo que dice Dios en este versículo 10 del Sal. 46:

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; enaltecido seré entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.

Luego del salmista escuchar el consejo que Dios le lio a él y a los demás creyentes, como así también de sus promesas en este versículo 10, entonces, en el versículo 11, DECLARA Y PROCLAMA:

“Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.

Conclusión:

En este salmo tenemos el bálsamo curativo que nos ayudan a los creyentes en Cristo en estos momentos de crisis mundial a mantenernos firme, y no permitir que el temor, la duda, el miedo y la desesperación jamás, nos turben el alma y el corazón.

Por lo tanto, les invito a pronunciar conmigo todos:

“Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”

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