Como recordatorio inalterable del comportamiento sui géneris de la política vernácula, aún en los tiempos de una mortífera pandemia y una emergencia sanitaria nacional, la elección de los nuevos incumbentes de la Junta Central Electoral resulta el nuevo drama telenovelesco al cual asiste cada día una ciudadanía expectante.
La enconada lucha por lograr incidencia en el órgano estatal cobra relevancia, pues no existe ni a lo interno de los partidos políticos, ni en la sociedad en su conjunto, una posición única con respecto a esa escogencia.
Una de la posturas, liderada por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y reclama una escogencia de los miembros y suplentes de la JCE «por consenso», lo que en buen dominicano significa reproducir acuerdos en los que los partidos mayoritarios decidan quienes ocuparán los puestos en la entidad.
Otra propuesta encabezada por el presidente Luís Abinader y el ex presidente Leonel Fernández, junto a otros poderes fácticos y algunos grupos de la llamada «sociedad civil» que responden a los intereses de la embajada norteamericana y de la Unión Europea, apoyan la escogencia de personas «independientes» en JCE.
Ambas posiciones alegan diversas razones, los unos porque tener representantes partidarios mantiene la estabilidad en decisiones tomadas de común acuerdo, y los otros entienden que los «independientes» actuarían sin presiones partidistas para determinar el curso a seguir por la Junta Central Electoral, pero garantizarían mayor influencia de los poderes extranjeros que manejan tras bambalinas muchas decisiones importantes en el país.
Es un enrollo telenovelesco, cuyo final esta por verse.