La preocupación ahora no se trata de los estudios realizados por las autoridades de tránsito sobre los punto críticos en donde ocurren más accidentes en las autopistas del Nordeste, Duarte, en la carretera Sánchez u otras de las vías de acceso hacia o desde el interior del país, como han sido en reiteradas ocasiones reseñadas por la Organización Mundial de la Salud.(OMS).
Nuestro interés toca una fibra diferente a las fallidas campañas de concienciación ciudadana sobre los riesgos de conducir vehículos en los puntos específicos de esas autopistas, en donde las estadísticas muestran altas cifras de accidentes de tránsito, que desafortunadamente nos coloca entre los primeros lugares globales de fallecimientos por esa causa. .
El esfuerzo cuesta arriba de las instituciones en torno al desbarajuste eterno que constituye conducir en esta media isla, no es el tema central de esta preocupación, sino de otra muy interrelacionada a la situación caótica del tránsito, debido a que afecta por igual a quienes deben conducir en unas de las autopistas o carreteras en horas de la noche.
Testigos de nuestra inquietud son las personas que por una razón u otra deben tomar carretera o autopista cuando desaparece la claridad solar, pues ellos perciben como nadie el temor a flor de piel durante el tiempo en el que se dirigen de un pueblo a otro, de la capital al interior o viceversa.
Esos conductores o pasajeros se sienten atemorizados, debido a la oscuridad que arropa a las autopistas y carreteras en donde la ausencia total de luces y señales adecuadas, crea condiciones para las altas tasas de accidentes, pero también para robos, atracos y actos vandálicos que realizan antisociales amparados en las sombras.
En síntesis, transitar durante el día en República Dominicana es como jugar a la ruleta rusa, y si es en las noches entonces las carreteras devienen en la boca de un lobo.